Narrado por
Pablo
Un nuevo día amanecía en
la bella Madrid. Era raro ver como en esta ciudad, en un día de otoño no hacía
frío. En estos momentos me acuerdo de mi tierra más que nunca, en ese clima
soleado prácticamente todos los días del año. Bah, fuera recuerdos Pablo. Me
decía a mí mismo dándome suaves tortazos en las mejillas. La soledad muchas
veces hace que pienses en lo que tienes, en lo que no, en que te des cuenta de
muchas cosas, en muchas comeduras de coco, pero yo tenía que evitar eso, por
eso mismo, me puse un chándal, cogí mis cascos y dos prendas que nunca faltan
en mí, gorra y gafa de sol y salí a correr.
– Paaaaaaablo. Una voz de una adolescente venía hacia mí. Me paré de
golpe y desvié la vista hacia la chica. Eran cinco y vinieron corriendo hacia
mí, fans. Fans que en momentos de soledad las necesitas como el aire para
respirar. Saludé amablemente, me hice una foto con cada una de las chicas y me
fui de nuevo agradecido y sonriente por la gran familia alboranista que
tengo.
Seguí corriendo y no me
di cuenta de que alguien venía hacia mí y choqué. – Mira por dónde vas. Dijo
una voz de una chica levantándose del suelo enfurruñada. Una voz que me sonaba
un tanto familiar. Volví la mirada hacia la chica y sonreí. Hooombre. Era Andrea. La verdad es que
ni si quiera la había reconocido. Verle tan diferente a la otra vez en el
estudio, con chándal y coleta me había descolocado. – Ay perdona Andrea. No sé ni dónde tengo la cabeza. – No pasa nada.
Por ser tú te lo perdono. Sonrió. ¿Dónde
te metiste el otro día? Me hubiese gustado hablar más cosas sobre tus
proyectos. – Bueno, creo que ya lo dije. Tenía que ir a un programa. – Es cierto.
Sonrió. Bueno, ¿te apetece que
vayamos a correr juntos y me cuentas más cositas sobre el disco? Acepté y Andrea
y yo comenzamos a correr. Hablábamos sobre mi carrera, sobre lo importante, el
disco, mis músicos, hasta mi vida. La verdad que era una chica con la que se
podía mantener una muy buena conversación, con la que se podía de hablar de
todo básicamente. Además, me he dado cuenta de que es mucho más guapa de lo que
pude observar la primera vez que la vi. Tiene una sonrisa preciosa. – Y bueno, ¿el disco salía pasado mañana? –
Así es. Estoy bastante ilusionado. Dije
sonriente. – ¿Sabes? Nunca nadie me había
emocionado con sus canciones como tú. Te juro que no quiero hacerte la pelota
porque no soy de esas. Pienso esto desde que te descubrí, pero tienes un don,
algo mágico en tu voz, por eso me hace tanta ilusión estar en tu equipo. El
otro día no quise actuar como una loca, pero me quedé sin palabras al verte. Reí
con sus palabras y le agradecí miles de veces lo simpática que estaba siendo conmigo.
¿Y sabes otra cosa? He podido escuchar
algunas canciones de este disco y es una maravilla. Sé que vas a batir miles de
records con él y vas a conseguir cosas increíbles. Lo presiento. Jamás pude
pensar que una persona que va a trabajar en mi equipo mostrara tantísima
admiración por mí y por mi música. Mi equipo lo muestra, pero Andrea es de
manera exagerada. Miré el reloj y me di cuenta como se habían pasado dos horas
sin apenas darme cuenta. Que las horas vuelen como segundos con una persona es sinónimo
de estar la mar de bien y yo con Andrea me siento bastante a gusto. Hasta me
atrevería que con pocas personas me he sentido tan bien como con ella.
Ambos seguimos
corriendo, esta vez escuchando música. –
Ahhhh. Pude escuchar perfectamente con los auriculares como a Andrea le
había pasado algo. Me quité rápidamente los auriculares y fui a ayudarla. – ¿Qué te ha pasado? Dije acariciándole
la espalda. – Me duele. Me he torcido el
tobillo. Contestó dándose suaves masajes en su tobillo. Al ir a ayudarle me
agaché un poco y noté como nuestras miradas se cruzaron de una manera especial.
Sentía algo raro… Cogí su brazo para que se apoyara en mi hombro y Andrea fue
andando a la pata coja.
Andrea y yo caminábamos
por las calles madrileñas. Me había indicado donde estaba su casa y no dudé en
acompañarla. Era lo mínimo que podía hacer. –
Ahí es. Dijo señalando a uno de los portales. – ¿Dónde tienes tus llaves? Pregunté amablemente intentándole
ayudar.
Conseguí sacarlas y
entrar en su casa. Dejé las llaves y su bolso en una mesa y la ayudé para que
se sentara en el sofá. – ¿Tienes hielo? Pregunté.
– Sí. En el congelador. Dijo sin
dejar de darse suaves masajes en el tobillo. Fui hacia la cocina y preparé la
bolsa con hielos en un cubo. Salí con ellos y me senté en el sofá poniéndole
uno de ellos en su tobillo. El cuerpo de Andrea temblaba por el efecto del frío
del hielo. Es que soy muy friolera. Rió.
Y es que las sonrisas entre Andrea y yo cada vez hacían más acto de presencia.
Pero sobre todo, las miradas. Miradas que como siempre hablo, se clavan como
puñales. Era rara esta sensación, pero a la voz bonita y esto me descolocaba
porque no sabía a qué se debía. Acabo de conocer a Andrea y que sienta tantas
cosas en tan poco tiempo me sorprende.
Cuando me quise dar
cuenta Andrea se había quedado dormida en mi hombro. No podía dejarle sola, no
podía irme sin decirle nada, así que decidí quedarme esta noche aquí. Me tumbé
como pude, cerré los ojos y di paso a mis sueños.
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