Narrado por
Sara
Por fin hoy
era el último día en el hospital. Por fin me daban el alta. Llevaba un mes
después de haber salido del coma, pero en realidad llevaba tres meses empotrada
en una cama y ni yo misma sé cómo expresar las ganas que tengo de salir,
comerme el mundo y luchar por lo que quiero.
En ese momento
entró mi madre con el doctor que siempre me ha atendido. – ¡Bueno, como se nota que hoy te dan el alta, eh! Tu sonrisa lo dice
todo. Dijo el doctor muy amablemente. No
sabes lo mucho que me alegra que por fin te demos el alta. Ahora a recuperarse.
– Muchas gracias por todo. Dijimos mi madre y yo, a la vez, con la mayor de nuestras sonrisas. Ya prácticamente estaba preparado todo para irme, únicamente solo
tenía que vestirme.
Al cabo de 10
minutos estaba lista para irme, cogí mi
maleta y quise irme. – Ey dónde vas.
Sarita, tengo que ponerte guapa. Mi madre cogió un maletín dónde había todo
tipo de maquillaje. – Anda, anda, quita.
Sabes que no me gusta nada el maquillaje. Dije enfurruñada. – Pues esta vez tendrás que ponértelo.
Además, vamos a ir a visitar a alguien, supongo que querrá verte guapa. Ilusionada
y sonriente pensando en quién podría ser acepté sin ninguna pega. – Creo que sé de quién se trata. Quiero
verle. – ¿Sabes? Dijo mi madre aplicándome sombra en los ojos de un color
marrón que la verdad, me quedaba estupendamente. No te va a costar nada verle, ya que somos vecinos. Volví a sonreír
más que nunca. El simple hecho de vivir tan cerca de Pablo facilitaba muchísimo
las cosas.
Ahora ya sí…
Ya terminada. Mi madre cogió las maletas y pusimos rumbo al parking del
hospital. Me metí en el coche bastante ilusionada y con ganas de ir a casa de
Pablo y saber todo lo que pasó con él.
Iba en
carretera mirando el paisaje, contemplando lo preciosa que era mi ciudad y
pensando en Pablo cuando me di cuenta de algo. – Mamá, ¿tienes el disco de Pablo? – Sí hija, ahí lo tienes. Abrí
la guantera y lo saqué. Era una portada maravillosa dónde tenía que decir que
Pablo salía guapísimo. Puse el disco y di al play a la primera canción,
Desencuentro. Conforme iba sonando la canción me sentía en un mundo paralelo,
en una paz conmigo misma. ¿Sabes? Esa
canción Pablo la escribió con tan sólo doce años. Dijo mi madre mirándome
con una sonrisa. Abrí mis ojos no dando crédito a lo que acababa de oír. ¿Cómo
un niño con tan poca edad puede ser capaz de escribir esta maravilla? – Es preciosa. Dije acomodándome en el
asiento y sonriendo por la gran mágica canción que mis oídos podían escuchar.
Cuando me
quise dar cuenta ya llegamos a Benalmádena. Mi madre me prometió que iríamos a
casa de Pablo, pero antes tendríamos que pasar por casa para dejar todas las
maletas. – ¿Te puedes creer que estoy
nerviosa? Dije dando pequeños saltos. Au.
Me acaricié la espalda como pude, ya que todavía del impacto del accidente
me encontraba dolorida. ¡Mamá, vamos ya! Dije nerviosa al llevar más de treinta
minutos en casa y no terminar. – Ay Sara,
por Dios, que pareces una niña pequeña. Vamos, anda vamos. Mi madre cogió
su bolso, las llaves y salimos de mi casa.
Tan sólo
tuvimos que andar unos cuántos pasos cuando mi madre ya me dijo que esa era la
casa de Pablo. Tal y como la había imaginado. Era preciosa. Mi madre aporreaba
la puerta y yo ilusionada esperando a ver si sería Pablo quien la abriera. Pero
no, fue una mujer de la edad de mi madre más o menos quien lo hizo. – ¡Sara! Hija. ¡Qué alegría verte! La
mujer me abrazó con fuerzas y pude deducir perfectamente que sería la madre de
Pablo. – ¿Eres la madre de Pablo? Pregunté
confundida aunque podía imaginarme que sí. –
Así es. Sonrió. Pero pasad, no os
quedéis ahí. Conforme iba observando la casa algunos recuerdos venían hacia
mi mente. No lo vivido con Pablo, que supongo que habrá sido mucho, si no que
sabía que reconocía esta casa a la perfección. ¿Queréis tomar algo? Dijo la mujer sentándose a mi lado y
acariciándome la pierna. Bueno, yo soy
Helena. Dijo señalándose a ella misma. Que
sepas que te quiero mucho, como a una hija. No podía evitar contener la
sonrisa con esta mujer. Notaba como era una mujer ejemplar. – Pues Helena, querría preguntarle algo.
Bueno, preguntarle y más bien decirle. Sé perfectamente todo lo que he vivido
con Pablo, sé que hemos estado juntos, sé que David le ha amenazado y por eso
ha renunciado a mí. Vamos, lo sé todo. Pero no sé que es de él… Dije
apenada. Helena suspiró y eso me preocupaba. – A ver, como te lo digo. Helena no dejaba de acariciarme la pierna
y mi madre me apretaba con fuerza mi mano. Pablo
se ha ido. No sé si sabrás que él es cantante, entonces está con los
preparativos del disco. Y todos mis planes se fueron a la basura… – Y, ¿sabes cuándo volverá? – Sinceramente
no. Pueden ser dos meses, cuatro, seis. No lo sé hija. Un disco acarrea mucha
preparación, lo va a sacar en este mes y ahora mismo irá de entrevista en
entrevista y de firma en firma, así que bastante tiempo estará. Yo sentía
la necesidad de hablar con él, de decirle que estoy dispuesta a estar con él.
De vivir lo que en el pasado vivimos, a pesar de no recordar nada. Pero lo veo
difícil con Pablo en otra ciudad.
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