Narrado por
Pablo
Me di la vuelta para
comprobar quién era y obviamente, no fallaba. Su voz era inconfundible. - ¿Qué haces
otra vez aquí, Marta? Dije enfadado.
– Uy chico que humos, recuerda que vivo cerca de aquí, no todo está relacionado
contigo. Contestó acariciándose su pelo. – Bueno sí, pero no deberías saludarme. – Me parece a mí que alguien
ha tenido peleas con su chica. Dijo con sarcasmo. – Disfrutas viéndome mal, ¿no? Volví a decirle bastante enfadado. – ¿Yo he dicho algo? Pablo, en serio eh, me das mucha rabia a
veces, te lo juro. Sólo he dicho que me parece que has tenido peleas con tu
chica. Ya. – Si, pero con cachondeo. – Te lo digo con cachondeo porque es lo
único que puedo hacer. Así es como me lo debo tomar, ya que como me lo tome por
la parte mala, mal vamos. No sabes cuánto me duele verte con otra. Cuando
me quise dar cuenta Marta y yo estábamos a centímetros. – Si no me hubieses sido infiel yo no estaría en brazos de ella,
estaría contigo. Tú me llevaste al lado de ella. Dije señalándole con el dedo. - ¿Yo? Yo no. Yo te hubiese
llevado a alguien mejor. Esa tal Sara, ¿Sara es no? Sí. Pues ella no me llega
ni a la suela de los zapatos. Contestó riéndose. - Eso no te lo crees ni tú. Ella te da mil
vueltas. Contesté enfadado. – ¿Ella
también te besa así? Marta cogió mi pelo y me llevó hacia ella para
besarme. Hacía tanto que no notaba mis labios con los suyos. Tanto… Ya era todo
raro, ya no sentía nada, no notaba lo mismo, ya nada era igual a cuando se me
erizaba la piel por cada beso, cada caricia, cuando hacíamos el amor. Todo
cambió. - ¡Pablo! Cerré los ojos
temiéndome lo peor. Ya la había cagado una vez más. No… Sara. Miré a Marta y
notaba como disfrutaba aún más con lo que estaba pasando. – Sara, por favor. Corrí tras ella. – Ten cuidado, a ver si te va a atropellar un coche otra vez. Dijo
Marta. Miré hacia ella cabreado, pero seguí mi camino en busca de Sara. Volvió
la esquina de nuestra calle y le cogí el brazo para que se detuviera. – Menos mal que era una amiga, eh. En serio
Pablo, te perdoné lo que me hiciste porque te quiero, pero ya no tolero esto. Una
lágrima comenzó a caer por su mejilla. Otra vez le veía llorar por mi culpa y
no me lo podía perdonar. – Sara por dios,
ella fue quién me besó. – Me da igual quien besara a quien, la cuestión es que
no te separaste de ella, que si no llega a ser por mi aviso hubieses seguido. Dijo apenada. –
Te juro que me iba a separar de ella. Creo que no me has visto lo incómodo que
estaba. Por favor, yo te quiero. – Yo ya no sé qué creerte. Mira Pablo, si no
tienes claros tus sentimientos vete con ella, pero a mí no me hagas daño. Es lo
único que te pido. – Te acabo de decir que te quiero. Créeme por favor. Ella ya
no significa nada, absolutamente nada para mí. Por favor… Comencé a llorar.
Últimamente todo iba mal entre Sara y yo, desde que le conté lo sucedido en el
pasado noto que nada es igual como al principio. Obviamente la quiero, pero
estos días todo es muy frió y si no es por una cosa, es por otra, pero parece
que todo se opone entre nosotros y eso que yo decía que nada ni nadie se iba a
interponer entre nosotros, pero ahora no sé si creer si eso es cierto o no. – Pablo, déjame por hoy. Mañana hablamos.
Sólo te pido que tengas cuidado al cruzar. Y yo no me río como la otra, yo me
preocupo. Pero esta vez me negaba a dejarla ir, me daba igual donde fuese,
o la hora que fuera, pero esto había que solucionarlo hoy. Hoy estás aquí y al
día siguiente no sabes dónde puedes estar. Como la otra vez, lo que me pasó, a
lo mejor no hubiese salido del hospital y todo hubiese acabado mal entre Sara y
yo. Me acerqué a Sara, la cogí de la cadera y la acerqué a mí. – Déjame solucionarlo todo hoy. Y la
besé. Ella siguió mi beso y me hacía feliz que lo hiciera, ya que me temía que
no. En ese momento apareció Marta aplaudiendo. – Ohhhh, que bonito. – Mira
niña, ¿quieres dejar ya de dar por saco? Contestó Sara enfadada y
acercándose a ella. – Uy, que miedo, que
la Sarita se releva contra mí. Soltó una carcajada. – Marta ya. Dije enfadado. –
Me estás tocando las narices ya. Volvió a decir Sara. Tú no me conoces cabreada. Marta le dio un fuerte tortazo en la
cara y Sara no dudó en devolvérselo. En ese momento me interpuse entre las dos
cogiendo a Sara y queriéndomela llevar. Me impresionaba verla así, nunca la
había visto de esa manera. Marta ya sabía que era capaz de comportarse así.
Ella por defender lo suyo es capaz de eso y más, aunque eso de suyo… yo de ella
no he sido nunca y ahora menos. – Pablo,
déjame. Déjame que la mato. Decía Sara nerviosa, cabreada. – Tu sí que no sabes con quien te has metido,
estúpida. Dijo Marta mientras nos íbamos Sara y yo.
Narrado por
Sara
Caminaba nerviosa con
Pablo, hasta las manos me temblaban. Nunca he sido de meterme en peleas,
siempre he sido pacífica, pero cuando me tocan lo mío y en este caso, las
narices, por no decir algo peor, saco las uñas. - Te juro que he estado a punto de sacarle los pelos. En ese
momento Pablo no pudo evitar soltar una carcajada. Ah, ¿y te ríes? Le dije seria. Le di un tortazo en la espalda,
señal de broma. En serio, no la soporto. No sé cómo has podido estar con esa víbora. Puse cara de asco. –
Vaya como sois las mujeres. Tela… tela marinera. Volvió a reír. – Eso le pasa por burlarse de lo que no
tiene que burlarse y por meterse en donde no le llaman. Porque me has cogido,
si no soy capaz de dejarle la cara morada, ¿y sabes? Me hubiese dado igual. Yo
defiendo lo que es mío. – Pues, ¿sabes? Ella decía lo mismo cuando estaba
conmigo ‘’defendía lo suyo’’ y no es por ti, si no por ella, pero yo solo soy
de mi madre. Espero que no te sienta mal. Me afectaron un poco esas
palabras, aunque más bien, me impresionaron. Está claro que Pablo no es mío,
pero no sé… si estamos juntos pues es solo para mí. Yo lo veo así. Por eso de
decir que lo noto mío. – No me molesta,
tranquilo. Es lo normal. Bueno, ¿vamos a casa? Ha sido un día un poco largo. Lo
que no sé si quieres que vayamos juntos o no. - ¿Pues sabes? Al principio necesitaba
descansar, pero he sentido que te perdía por un momento y ahora quiero estar
contigo más que nunca.
Esta vez fuimos a la
casa de Pablo ya que con el tema de la barbacoa la familia de Pablo ya estaban
dormidos y podíamos estar más tranquilos. –
Adoro tu habitación, pero sobre todo tu estudio. Me encanta tu sofá blanco. –
Allí nunca me he liado con ninguna chica, le tengo mucho respeto a mi sofá
blanco. Reí. – No me malinterpretes,
yo no he dicho que me guste el sofá para querer liarme, simplemente lo he dicho
por que lo pienso así. – Pero oye, que mi cama me da igual, así que podemos
hacer travesuras. Ambos soltamos una carcajada tras lo que Pablo dijo. Y
como bien él dijo, hicimos esas travesuras que tanto me encantaban. Esta vez el
preservativo no faltó. Pablo me quitaba mi ropa y viceversa. Cuando nos
quedamos desnudos, me cogió, nos sentamos en una silla y empezamos con el juego
de caricias, besos y suspiros de placer. En estos momentos era cuando más me
sentía feliz y cómoda. – Te quiero. Le
dije. Bendita Helena y Salvador. De
nuevo los dos volvimos a reír tras mis palabras. Mis palabras ciertas, porque
Pablo roza la perfección, lo puedo asegurar. A pesar de lo que ha pasado, tanto
lo de Marta, como lo del pasado, que como bien es, es pasado y enterrado queda,
pues por lo demás, repito, roza la perfección, tanto personalmente, como
físicamente. Es un chico atento, cariñoso, detallista, romántico y físicamente…
físicamente uf, me daban escalofríos de solo pensarlo, es uno de los chicos más
guapos que he visto jamás y su cuerpo es completamente perfecto, de la cabeza a
los pies como diría su canción Éxtasis. Y hablando de esa canción, ahora viene
como anillo al dedo. ¿Sabes? Estoy
pensando en Éxtasis y pega mucho para estos momentos. – Pues sí… Decía Pablo
mientras me daba besos por el cuello, una de mis debilidades.
Después de bastantes
minutos de vivir una de las mejores noches de mi vida, nos fuimos a la cama y
ambos caímos rendido por el cansancio del largo día y raro que había sido hoy,
pero que había terminado perfectamente.